Como es costumbre, me instalé en el Hotel Bahía casi a punto de cerrar la cocina, pero a tiempo de deleitarme en día tan caluroso con unas cervezas muy frías, unos chanquetitos (por la gloria de mi madre) y unas almejas con una salsa exquisita. El postre, del que solo recuerdo su delicioso sabor y que llevaba piñones, no me dio tiempo a fotografiarlo, porque el olor que se percibía a medida que el camarero se acercaba me hizo olvidar la cámara, ante la promesa del dulzor que iba a rematar tan deseada y agradable comida.
Como no podía ser menos, tuve que echar una siesta de las de pijama, orinal y Padre nuestro que decía Cela, arrullado por el sonido de las olas y algún que otro llanto de niño. Al despertar, la playa había cobrado vida, aunque las madres llamaban a sus criaturas para quitarles la arena, ponerle ropa seca y ponerlos en marcha, entre protestas, juegos y resignación (porque cansarse no se cansan...)
Un instinto atávico me obligó a ponerme el bañador, coger la toalla y bajar a darme un baño. El agua estaba muy fría y tuve que adentrarme bastante para que me cubriera al menos hasta la cintura, no muy lejos de las boyas que señalaban el límite de lo conveniente.
Y me dí un paseo hasta la parada de los autobuses entre castillos de arena ya abandonados por sus constructores, de los que quedaban aún alguna almena de un artístico estilo "molde de cubo de playa" y lo que parecían fosos y puertas. Seguramente los constructores se habrían peleado con alguno de esos niños estúpidos que se dedican a pisotear las obras de arte en arena.
Y recordé... y me vino a la mente la canción de Serrat...
Y recordé... y me vino a la mente la canción de Serrat...
"Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa,
y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya,
y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas..."
y otras muchas cosas más de un tiempo que, según Rafael, ya no existe...
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